Alguien llamó a mi corazón unos días después de pasarme por Sevilla. Una Sevilla cálida que me recibió con su color especial tras abandonar Vitoria esa misma mañana con 2 grados sobre cero y copos de algodón.

Llegué a la vieja Híspalis con el tiempo justo para acondicionar la sala de formación. Fue una tarde de contacto ilusionante con mis alumnos y alumnas. Me transmitieron con la primera mirada toda la esperanza con la que venían vestidos/as. Era su tarde de viernes, normalmente de fiesta, así que sentí una responsabilidad añadida a la habitual en cualquier clase de formación que doy.

Acabé la tarde con el tiempo mínimo para tomarme una cerveza en el bullicioso Paseo de Hércules, que apuntaba a fin de semana repleto de alegría, tapas y vinos. Sobre las 9:30 me recluí en la habitación de mi hotel con un bocado, mientras respondía los correos que habían caído poco a poco, igual que la nevada con la que Vitoria me despidió. Descansé profunda y reparadoramente. Bajé temprano a tomar el desayuno, copioso como a mí me gusta, salí del hotel paseando y disfruté de un centro fresco y vacío, maleta a rastras por el centro de la calzada, sin preocuparme de los coches ni de las aceras imposibles de la zona.

En 20 minutos de relajada caminata, llegué al “Centro Cívico Las Sirenas”, lugar donde impartía el módulo 3: “Economías con Propósito, Métricas de Impacto Positivo y Objetivos de Desarrollo Sostenible”. Estaba todo en calma y aún disponía de media hora para relajarme antes de que viniera el alumnado. Quise meditar un rato, pero las vivencias de la clase del día anterior no me dejaron. Rememoré varios comentarios de las personas que asistieron; sobre todo, el de un estudiante que había venido desde Cádiz, quizá más por los gratos recuerdos que aquella tierra me trae que por su contenido.

La clase fue muy ágil, reflexiva y participativa y acabé pidiendo a las personas allí presentes que, antes de separarnos, me dejaran un comentario sobre lo que se llevaban. Todos ellos fueron muy interesantes y me aportaron conocimiento para saber dónde debía incidir y qué es lo que mejor calaba en ellos y ellas.

El taxi que me llevó el día anterior desde el aeropuerto al hotel esperaba a la puerta como acordamos, ya que tenía un tiempo muy justo para hacer el check-in y no quedarme en tierra. Nada extraordinario… O, como diríamos los que andamos en estas cosas, lo normal.

El caso es que el motivo de este escrito es otro del que me llevó a Sevilla. Es el de un comentario que, días después, hizo un alumno del curso. Descubrí el texto en las redes sociales y me impactó. Es éste:

«Llegas tarde a casa después de una semana, llamémosle complicada. Los obstáculos centrifugando en tu cabeza y el cansancio hacen que no puedas ver más allá de tus ojos, que te percates de poco o nada de lo que te circunda. Hablas con tu familia del día, cenas, te relajas, y a la cama.
Cinco horas después abres los ojos, das gracias, pides cuidado a tu madre que ya no está, te duchas, te vistes, desayunas, vas a lavarte los dientes y ¡tate!: tenemos obra de teatro en casa, y no cualquier teatro, ¡el teatro de las maravillas! Como ya imaginas la procedencia, cepillo en boca, empiezas a buscar en otros lugares y así es: todas las puertas con la misma publicidad. ¡Cualquiera se escapa!
¿Para cuándo un sistema educativo del talento? Andamos peleándonos por aspectos supuestamente superados y en ciclos de cuatro años, según toque, Cánovas o Sagasta (o como coño se llamen ahora), y lo más importante, las capacidades del individuo sin comparaciones, ni se le ve ni se le espera, o lo que es lo mismo, no son objeto de viralización por memes o fakes.
Y allá voy nuevamente, a Sevilla, a cambiar mi mundo, a poner mi granito de arena, a seguir formándome como Técnico en Nuevas Economías, nuevas economías como el bien común, la economía de felicidad o la economía de las personas. Porque de eso se trata, de poner en un mismo nivel las personas, el medio ambiente y las finanzas. De poner en escena a las personas, al individuo, todos y cada uno de nosotros en función de nuestras capacidades y talentos, los que nuestra biología, cerebro y sistemas hormonal e inmunológico nos ha dado, y nos hace únicos e irrepetibles
¿Fracasado, inepto, teórico, idealista, majareta, utópico? Seguro que éstos son los adjetivos que se os han pasado por la cabeza cuando habéis leído el texto. Pregúntale a tu abuela si algún día pensó que la humanidad llegaría a la Luna, que disfrutaría del sábado inglés o que podría encontrar su media naranja por internet, explicándole primero lo que es internet, claro está».

Resulta que es el resumen perfecto de lo que allí pudimos compartir, detalles sutiles que se incorporan a un texto lleno de alma y que me llegan muy, muy dentro.

El caso es que a esto se sumó el texto que encabezaba el post colgado en redes:

«¡Estoy convencido de que esta formación en Nuevas Economías e Innovación Social va a suponer un punto de inflexión en mi vida personal y profesional!»

¿Qué regalo mejor que este? Encontrar en un alumno el sentido de una formación que quieres que llegue más allá de un 2+2 son 4 es lo mejor que puede recibir alguien; y, en este caso, la suerte estaba conmigo.

Lo mejor del caso es que este texto y frase vienen de la misma persona que hizo aquel comentario en el que me quedé atrapado el sábado antes de clase pensando, iluso de mí, que mi fijación era provocada por el cariño que le tengo a Cádiz.

Permítanme que no comparta dicho comentario.

Gracias.

Javier Goikoetxea Seminario

Socio fundador de BIKOnsulting